Seguimos creando y quiero compartirlo.
¡Oh! Cuanto tiempo, querido lector y enamorado de la literatura, sin compartir parte de mis creaciones y reflexiones contigo.
Estoy completamente sumergida en la promoción de mi primera novela, y dándole forma a la segunda, Deja que arda (Título provisional).
Os pido perdón, aunque en las redes sociales suelo estar muy activa, no hay razón para no dedicarle el cariño que esta página merece.
Y es por eso que voy a resarcirme y os voy a presentar un pequeño extracto de la novela que tengo entre manos. Es un borrador, recién sacado del horno y aún no he dejado que se enfríe, por lo que ruego no tengáis en cuenta posibles errores ortográficos, repeticiones o cualquier otra incongruencia que podáis detectar.
Os pido ayuda para que me digáis si el texto fluye, el diálogo está bien creado y los personajes son creíbles.
Os diré que esta novela es una gran colmena de personajes, todos entrelazados y conectados entre sí, aun sin saberlo. Es un reto para mí y lo estoy disfrutando muchísimo.
¿Me ayudas a mejorarlo?
Espero que lo disfrutes. Estaré encantada de leer tu feedback, en comentarios.
Feliz lectura, enamorado de la literatura.
La tarde estaba en calma, llena de rosas en el mar. Las siluetas vagas de personas sin nombre se movían a uno y otro lado de la arena, que Mavi adivinaba todavía fría, de una de las playas a la vista. Algún perro ladraba mientras jugaba. Hugo volvió de la cocina y le entregó la copa con un vino color otoño. La terraza de la inmensa casa parecía un gran mirador, de esos que te encuentras en medio de la nada cuando viajas a ninguna parte, con la ilusión del idiota que quiere recorrer el mundo para descubrirse a sí mismo. La casa había sido incrustada, a golpe de máquina destructora, en la misma naturaleza, entre enormes rocas color tiza gris usada y árboles verdes de copa gruesa y redondeada. La altura le daba una perspectiva mágica, una presencia de gran señorío, finas líneas magistralmente definidas entre formas erosionadas y tan viejas como el mismo mundo. Para bajar al mar, Hugo había creado un sendero de tierra y piedra, respetando los trazos del lugar, irregular y sinuoso, de cerca de un kilómetro hasta llegar a la hermosa arena de tonalidades metálicas y doradas. La pequeña playa a la que se accedía era privada, el tortuoso camino hasta llegar a ella solo era posible desde el atajo que tan hábilmente había planeado. Pero siempre había alguna barcucha varada en su arena, de algún turista despistado o ajeno a las normas. Hugo nunca los echaba, incluso si estaba en casa y el tiempo se lo permitía, bajaba y mantenía conversaciones con los integrantes de la excursión, que nunca eran más de tres o cuatro y los invitaba, camino arriba, a tomar una copa en su pequeño palacete.
― ¿Te acuerdas de la última noche antes de mi marcha? ― Se sentó en uno de los cómodos balancines cruzándose de piernas como si fuera a practicar yoga. No había cambiado tanto, mantenía su semblante de joven divertido y soñador.
― Apenas, dijo Mavi girándose del todo para mirarle, dando por completo la espalda al horizonte
― Es imposible que te acuerdes porque no viniste a nuestro encuentro
― Recuerdo cómo lloraba en mi habitación. Por tu marcha y por lo que se me venía encima―contestó en un tono amargo.
― Disculpa, siempre olvido ese detalle. Pero debes entender que en ese momento ¡no lo sabía!
― Hugo, lo sé. No he venido a reprocharte nada, sería y es absurdo
― Estaba casi o tan nervioso como el día que te besé por primera vez―dio un sorbo largo a su copa y prosiguió emocionado como aquel adolescente que dejó de serlo aquella noche. Tú no llegabas y me sentía realmente nervioso. Ojalá hubieran existido los móviles en aquella época―Y sonrió abiertamente dejando entrever su perfecta dentadura.
― Nooo, hubiera sido horrible. Adictos a estos bichos durante tantos años, ni hablar...
Interrumpió la carcajada mutua.
― Déjame que te cuente ―Prosiguió serio de nuevo. ― Te esperé casi una hora y empecé a quedarme tieso de frío pues no cogí la chaqueta, ¿te acuerdas?, aquella chupa negra que me regalaron por Navidad y que querías robarme sí o sí.
― ¡Sí! Ahora la recuerdo
― Decidí ir hasta tu casa y llamé al timbre. No se me olvida, tercero, tercera. Me contestó tu madre y me dijo que estabas cenando, que no podías salir ni un segundo. Le supliqué que te dejara ponerte al interfono y me dijo que no. Me dejó con la palabra en la boca. Subí la cuesta hasta mi casa. Estaba cabreado, muy cabreado, y andaba pegando patadas a todo lo que me encontraba en el trayecto. De la nada apareció Estrella, sí, tu supuesta mejor amiga, aquella que siempre hablaba mal de ti a tus espaldas porque estaba por mis huesitos. Andaba deprisa pues llegaba tarde a casa, pero cuando me vio desaceleró y comenzó a interrogarme, de dónde venía, cuándo me iba. Yo al principio la ignoré, solo quería verte a ti. Ella tocó mi hombro firmemente y me hizo parar. Me dijo que quería que me llevara el mejor recuerdo posible. Rodeó mi cuello con sus brazos, acarició mi cara y me besó. Sé que no me resistí, incluso me gustó. No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero estuvimos un buen rato refugiados en la portería de Juanma, aquel alto y fuertote que jugaba con vosotras a la cuerda cuando éramos pequeños. Yo había estado días y días grabándote de la radio todas las canciones que te gustaban. Pendiente de darle al “rec” justo cuando el locutor paraba de hablar y al stop una milésima de segundo antes de que volviera a hacerlo. Me costó repetir y repetir, pero creo que conseguí comprimir en una cinta la esencia de nuestras tardes de pipas y morreos salados empapados en sudor.
― ¿En serio? Nunca me la diste. ¿Esa es la cinta que Estrella se vanagloriaba de tener como trofeo exclusivo tuyo?
― Espera ―Me dijo tras pegarle otro trago al vino y volver a servirse ― ¿Te dijo Estrella que esa cinta era para ella? No, no…yo estaba muy rabioso y cuando ella decidió que tenía que volver a casa o su padre la mataría me vi obligado a hacerle un regalo, tu cinta. Le dije que era algo que había preparado para ti y que no podría darte ya, le pregunté si la quería. Y me dijo que sí, arrebatándomela prácticamente de las manos. Se dirigió a su casa tan aprisa como pudo y yo me quedé hecho polvo durante largo rato en el portal, sentado sin saber qué hacer. La cinta llevaba tu nombre, estaba dedicada. Y yo arrepentido un segundo después de habérsela ofrecido.
― Se encargó de refregármelo largo y tendido durante todos los años que mantuvimos el contacto. No puedo creer que se la dieras a ella. ¡Joder!. Hubiera sido un gran consuelo para mí. Durante años solo quise morirme.
― No he terminado Mavi. Es que te mintió, Estrella nunca se quedó esa cinta. A la mañana siguiente salíamos temprano, sabía que tendría que madrugar o nunca más la recuperaría para poder entregártela. Me levanté el primero y me duché. Sin desayunar salí a la calle, casi vacía a esas horas. Bajé para su casa y eché el timbre abajo. Me contestó su padre. Oí los gritos que le pegaba y cómo se cagaba en todos mis muertos sin remordimientos. Estrella apareció en el balcón, con los ojos lagañosos y una bata enorme color rosa ―Hugo se para y se ríe sin mesura ―El sol le daba de pleno en la cara, brillaban sus ojos “bizqueantes” y sus rizos rubios. Le pedí la cinta, le dije que me había equivocado, casi lloraba como un bebé para darle pena. Volvió a meterse para adentro sin decir ni mu, pensé que la había perdido para siempre, pero me mantuve estático en medio de la carretera, impasible, gritando su nombre. En poco menos de un minuto volvió a aparecer. Se escuchaba jaleo detrás de ella, algún portazo. Empecé a pensar que su padre bajaba para partirme la cara y me puse como los locos. Sin pensárselo dos veces me llamó imbécil al tiempo que la tiraba por el balcón―Hay mil tíos componiéndome canciones exclusivas para mí, gritó, ―no quiero las sobras,―y desapareció para siempre. Por suerte era un primero y la funda del casete, que sí quedó cascada, amortiguó el golpe, la cinta estaba intacta. Corrí calle arriba como caballo ganador y me despedí de mi barrio al poco rato.
― Nunca hiciste por dármela. Bebió sin saber qué más decir, seguía intimidada por Hugo, por el lugar, irritada por la historia.
Hugo se levantó y llenó la copa de Mavi. Cuando terminó le tendió la mano.
―Ven, te la doy ahora. La cogió suavemente.
Mavi abandonó la copa en la mesa de finos azulejos en miniatura y se dejó llevar.
― ¿De verdad guardas la cinta? No me lo creo.
Pasaban las habitaciones, una a una, por el largo pasillo de cálido parqué, agarrados de la mano, ella detrás temblorosa e incrédula.
La última estancia daba a un jardín interior con todo tipo de plantas y coloridas flores, de suelo empedrado y césped artificial. Parte del jardín era un solárium pequeño y acogedor. Hugo abrió la puerta y la hizo pasar. Mavi no daba crédito a lo que veía. Había regresado a los años 80. El despacho era un auténtico homenaje. Con posters de la época de Kevin Schwantz o Darth Vader, varias guitarras en fila apoyadas en perfecto orden en sus soportes. La primera, la que tantas veces tocó sin saber en la habitación de Hugo, le erizó la piel solo su roce. Ordenadores de sobremesa de pantalla redondeada, un par de tocadiscos en perfecto estado. Una librería enorme vistiendo toda una larga pared, con libros, vinilos y cds. Al fondo de la habitación, al lado de la puerta del jardín, una versión más moderna, con un despacho actual y la más alta de las tecnologías. Empezó a toquetearlo todo maravillada mientras Hugo sacaba una caja de uno de los armarios.
― Mira Mavi ―Llamó su atención tocándole la cintura. Mavi comenzó a prestarle atención.
Viejas cintas originales y grabadas ocupaban una pequeña mesa auxiliar.
― Aquí está ― Y le entregó el casete perfectamente conservado. Era de la marca TDK, completamente transparente. Abrió la cajita y sacó la cinta. En una pegatina blanca y negra había escrito: Para ti. Quiero que siempre me recuerdes.
Mavi quiso hundir el dedo en la llaga.
― No pone mi nombre, nada certifica que esto fuese para mí.
― Dale la vuelta, mujer
Obedeció. En la otra cara leyó: Porque te quiero Mª Victoria. Escrito con una letra casi infantil. Quedó petrificada. Le llegó la energía que hacía poco más de 30 años estaba ahí, condensada para ella, aguardando su momento para explosionar. No supo qué decirle. Levantó la vista. Hugo sonreía complacido, como si su sueño se hubiera hecho realidad.
― Dame, vamos a ver qué tal suena. Está intacta, tal como quise entregártela la noche del 16 de marzo.
Mavi no recordaba la fecha exacta.
― ¿Pero tienes dónde escucharlo?
― ¿Acaso lo dudas, mujer de poca fe? Tengo hasta dos walkmans guardados.
Abrió una puerta del mueble librería y se descubrió un equipo de música Piooner, negro y metálico, como nuevo. Compacto con plato de disco, radio y casete incluido.
― Este fue el último que compré antes de pasar al CD. Lo usé muy poco.
Mavi le entregó la cinta. A los pocos segundos sonaba una melodía que siempre le encantó. Fue su canción favorita durante muchos años.
We´re talking away, I don´t know what I´m to say, I´ll say it anyway. Today is another day to find you, shying away, I´ll be coming for your love, ok?
Hugo se incorporó. Mavi había cerrado los ojos para sentir solo la canción de A-Ha. Los abrió al notar la cercanía de Hugo.
― Tengo el vídeo guardado en mi retina.
Él no dijo nada, solo la miraba.
― Hugo
― Dime Ma…
No tuvo tiempo de acabar, el beso de ella le cerró la boca, cortó su respiración e incrementó los latidos de su, hasta ahora, maltrecho corazón.