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¿Cuál es el propósito, el objetivo de un escritor?

Desnudando el alma

No miento cuando os digo que nunca antes me había hecho esta pregunta. Quizás tiene que ver con la creencia de que había nacido para otra cosa, escribir era algo de grandes maestros, de iluminados, de artistas. Y yo no me sentía ni me creía como tales.

Pero ahora que estoy a punto de publicar mi primera novela (ya sé que eso tampoco es garantía ni merecimiento para llamarme escritora), después de años y años escribiendo sólo relatos como aficionada, esta pregunta me ha venido a la cabeza sin más.

https://esperandoabrilescritora.com/

Yo no voy a hablaros de cuál es el propósito de un escritor. Puede ser simplemente entretener a sus lectores o hacerlos pensar, informar de un hecho o una idea o reflexión o utilizar el texto para convencer de algo.

Mi profesor Ray Bolívar os lo explica de maravilla.

https://ray-bolivar-sosa.es/el-objetivo-del-escritor-sabes-cual-es/

Yo voy a hablaros de cuál es mi propósito como escritora. Realmente, no lo tengo tan claro. Con sinceridad os digo que cada vez que escribo algo, desnudo mi alma. No importa si es un relato corto o novela de ficción. O si es una reflexión sobre un determinado hecho, sea un tema de actualidad, histórico, o emocional o personal. Si es por trabajo y pretendo «vender» algo, ya sea una idea, un valor, un producto.

Pero siempre, siempre, siempre hay una parte de mi esencia, no ya que acompañe a ese escrito como complemento o adorno, como algo superficial, sino que deja marca, queda impreso. Y lo que vosotros leéis recibe esa impronta que queda marcada a fuego, creando una relación permanente entre vosotros y mi yo. No es un yo de etiqueta, es un yo innato y auténtico. Sin tapujos ni escudos.

Cuando escribo quiero que sintáis lo que yo siento. Que el desahogo sea compartido. Sublime si es entendido. Que mis palabras sean las vuestras. Que fluya la emoción al unísono. Es la compenetración absoluta de los amantes que dan y reciben por inercia de ser.

Sé que es complejo.

Muchas veces escribo sin más, sin ningún propósito para mis lectores. Más bien como un compromiso hacia mí misma con el fin de llegar a un entendimiento. No siempre lo consigo, pero ya el hecho en sí, el acto de escribir me libera.

Hoy os comparto un pequeño texto que escribí hace alrededor de dos meses.

Sin más, solté las palabras que venían a mi cabeza como «setas». Sin bolígrafo ni papel a mano, por la urgencia de no perder ese brote, mi samsung notes fue mi aliado.

Está sin corregir, tal cuál salió en ese instante. Es sencillo y simple pero a veces con eso nos basta y nos sobra ¿verdad?

Me encantaría leer tus opiniones sobre el texto y sobre cuál es tu propósito como escritor si te dedicas a ello sea como profesional o aficionado. Te recomiendo que leas el texto de Ray que adjunto. Como todo él, es bueno y certero.

¡Hasta el próximo post, enamorados de la literatura!

LA CAÍDA ESTABA EN NUESTROS PLANES

AQUELLA TARDE

«Sabíamos que igual no íbamos a tener más oportunidades. Como que era tiempo de tenerlas todas. Corrimos entre las piedras uno detrás de otro, siendo conscientes que podríamos caer. Lo intuíamos. La caída estaba en nuestros planes, como lo está el ser felices y nunca conseguirlo.Paramos cerca del acantilado buscando un hueco dónde ubicar nuestros cuerpos para formar parte de un paisaje que no nos pertenecería nunca, que nos rechazaba por perecederos, como el ave ignora al que no tiene alas. Ella recostó su cabeza en mi ya prominente barriga de cincuentón. Entre mis piernas parecía una sirena pequeña y dorada por el sol. No hablamos de nada, nos comunicamos con el fuerte viento que conducía perplejo nuestras emociones. Sólo veíamos azul entre nubes espesas que pasaban. Nuestras cabezas imaginaban el mar brotando del oscuro vacío, alimentando con su rugir suicida las ideas del desesperado, del que quiere ser roca empapada por la sal infinita, ésa que escuece la herida que te arrancan. Cayeron las primeras gotas rotundas mientras acariciaba su pelo. Apretó mi mano con dulzura. Parece que va a llover fuerte, dijo. Y se incorporó acercando su cara a mi mejilla. Sólo con el roce me electrificó y con la ayuda de la irrespetuosa lluvia, todo mi cuerpo quedó estremecido. Ya un torrente empapaba nuestra piel de verano, su pelo encrespado se pegaba a sus pómulos blancos. Y comenzamos a reír como dos locos que han abandonado su cansado peso en el desierto ingrato ante la inesperada fuente. Nos incorporamos ayudándonos con la fuerza de nuestras risas tontas. Y volvimos a correr hasta la casa. Tropezando, agarrados por el abrazo del gigante, que dispara nuestros pasos con un impulso inhumano. El suelo del pasillo se empapó. Andamos descalzos como el furtivo inocente que no quiere ser descubierto. Ve tú a la ducha, no cojas frío, me dijo con una sonrisa sabia. Yo iré a recoger la ropa de la terraza. No escuchó mi invitación a quedarse para compartir el abrazo de otro agua más amable.A su regreso, yo ya estaba seco y reconfortado. Se desnudó ante mí, fría y casi temblorosa. Únicamente quería admirarla. Escuché correr el agua y la canción que cantaba desde su alma. Esperé paciente. Y tapé su silueta con mi toalla enorme y vieja, al tiempo que ella recogía su pelo con aquélla que compramos una tarde de hacía poco, de mercadillo y vinos. Ella sujetó mi cara entre sus manos y me besó. Volvió a quedarse desnuda, todavía húmeda. La aupé con mis fornidos brazos entre risas y frases que no oía. Cedió también la toalla que secaba su rizado cabello, quedando inerte a las puertas de la habitación. La dejé con cuidado en la cama y la observé sin mediar palabra. El silencio lo decía todo, además de las miradas, que brillaban tanto como su pelo húmedo. Deseo ese cuerpo. Era el único pensamiento que flotaba en mi cabeza. Mis manos dejaron caer el calzoncillo, apartándolo con desprecio. Me acosté sobre ella. Mi metro noventa ocultaba su pequeño cuerpo de mujer imperfecta. Ella abrió sus piernas de forma natural, como la flor que quiere compartir su néctar. Sin rechistar, aceptando la embestida. Sus labios mojados, hinchados por la excitación, favorecieron el empuje y un baile jamás ensayado acopló el ritmo de nuestros sexos. Nos besamos todo el rato hasta que no pudimos más y liberamos nuestras bocas para el gemido sano y extenuado. Me recosté a su lado. Nuestras respiraciones seguían acompasadas. Ella unió nuestras manos. El cielo que nos acogía era blanco.El ventilador de techo sobraba. Nos arropamos a la vez con la sábana, divertidos y alegres. Mordisqueé su hombro ligeramente tostado y continuamos mirando hacia la nada. Nos durmió el sonido hipnótico de las hélices de desgastada madera junto con el plácido caer de la lluvia después de la tormenta»

©Noelia Terrón

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