Acercar mi rostro a la ventana no me inspira nada.
No hay un olor a nata de inviernos fríos,
cuando aquella leche, hecha calor en el paladar.
Y la olla. Y la costra. Y la riña de mi madre.
Y la risa que huye de la cocina,
con la chaqueta fina, la única. Para la mañana gris y la noche de ausencias.
Y mi diente sin diente, hecho libro en el rincón de las brujas y los malos y los fantasmas, tiesos por las mismas heladas de las tardes de nata de leche, que hervida me alimentaba el alma.
Acercar mi rostro a la ventana, ya no me inspira nada.
No hay un olor a nata, ni un diente sin diente, ni una chaqueta fina, ni una bruja malvada.