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UNA VEZ CONOCÍ A UNA MUJER MÁGICA

Yolanda

Hoy mi editor me reenvió este correo electrónico. Lo tenía en su bandeja de entrada desde primera hora de la mañana. No sabía si compartirlo conmigo. Conoce bien al remitente y sabe que es un hombre sensato. Pero también conoce a los personajes de De espaldas al mar. Está maravillado con lo que acaba de leer.

De espaldas al mar. Una vez conocí a una mujer mágica. Yolanda

» Hace aproximadamente seis meses me enviaste una copia de la novela De espaldas al mar para su valoración. Leí el título del manuscrito desde la pantalla fría de mi portátil, como hago cada día desde que me dedico a esta profesión que tanto me gusta, con cada uno de los escritos que recibo. Al instante sentí un flechazo. Algo instantáneo e inesperado. El ratón se deslizó y enseguida pasé a leer ansioso el primer capítulo. Tuve que parar. Me acerqué a mi vieja y aparatosa fotocopiadora y la puse en marcha. En poco más de cinco minutos, tuve la novela entre mis manos y comencé a estremecerme al ritmo que la devoraba. Necesitaba tocarla.

La leí de un tirón, sólo paré para beber e ir al baño. Sin darme cuenta, la madrugada visitaba mi sala de estar mientras terminaba de consumir la última palabra del intenso relato.

Como bien sabes, amigo, enseguida te llamé por teléfono. Tomabas una copa con una de tus mejores amigas y estabas muy contento. Me contaste que contemplabas las luces de tu ciudad desde el punto más alto de la misma y que estabas pletórico de felicidad por todos los proyectos que iniciabas en tu vida junto a tu compañera.

Yo te di el sí. No sólo por la calidad de lo que había leído, sino porque me enamoré de todos y cada uno de los personajes de la novela, de sus experiencias, de sus miedos y anhelos. Sentía la necesidad de recorrer cada una de las calles de Barcelona. Oler su mar y cruzarlo hasta Formentera. Ver el cielo de Madrid y seguir soñando.

Esta historia tenía que ver la luz.

Barcelona de noche, vista desde la montaña del Tibidabo

Ahora que recapacito, reconozco que me obsesioné con Magalí. Quería entrar en su cabeza y en su corazón. Sentir como sentía. Entender lo que pensaba. Formar parte de su mundo. Hablar cada día con María. Reconocer a Yolanda en las noches oscuras. Escuchar el ronroneo de Mina. Vivir el amor como Pepe y la Sra. Paquita. Y ser como Oriol o Fernan para Magalí.

Hace una semana me decidí. He cruzado media España para llegar a Barcelona. En unos días estaré en Formentera. Y a la vuelta visitaré Madrid. Tenía que hacerlo. Sé que esta experiencia está valiendo y valdrá la pena.

Llevo días recorriendo la ciudad condal. Hace calor. He visitado todas las librerías de Passeig de Gràcia, Laietana, Plaça Sant Jaume y un largo etcétera, sólo para sentir su rastro. He paseado por la Barceloneta. Sé que los veré en algún barco fantasma que vuelva desde el siglo XX. En alguna callejuela con redes rotas, con olor a mar y sabor a pescado recién capturado. En Diagonal Mar sus gentes me han señalado el bar. Están todos aquí esperando que yo los encuentre, que los vea.

Como he visto a Yolanda.

DE ESPALDAS AL MAR, NOVELA

Ayer llovía. La tormenta de verano me pilló disfrutando del mercado del Borne mientras buscaba la calle Fusina. Me resguardé en un pequeño y viejo portal junto a una pareja que finalmente decidió correr bajo la lluvia, entre risas nerviosas. Los vi cruzar la calle. Entraron juguetones en la portería que quedaba frente a mí, a la derecha.

E instintivamente sólo tuve que levantar la vista. Allí estaba. Miraba desde la cristalera del pequeño balcón. Sus portezuelas, en oscura madera desgastada por los años, la protegían. Colgaban lindas macetas sostenidas por el hierro forjado de la estrecha barandilla, dando color a la indefinida tarde. Con sus flores blancas y rosadas, prendidas de agua.

La tormenta amainó y el cielo gris dejó de llorar. Yo encendí un cigarrillo sin dejar de mirarla. Ella abrió las ventanas y salió a respirar la libertad de la tarde barcelonesa. La reconocí sin dudarlo porque, cuando sus ojos se cruzaron con los míos, el mismo escalofrío que sentía Magalí con su presencia recorrió y partió mi espalda en dos.

Me sonrió triste. Suspiró agradecida el aroma fresco que aspiraba. Su pelo desordenado, recogido en un moño. Perfecta en su imperfección. Volvió para adentro y se sentó en la vieja mecedora. Descubrí su silueta, ya oscura y quieta. En sus manos un libro. Reconocí su voz, la voz de Yolanda, mientras me leía entre susurros y yo no podía despegarme de ese portal, hipnotizado por su presencia.

Hoy por fin puedo decirte, amigo mío, que una vez conocí a una mujer mágica.

Y me siento bien.»

©Noelia Terrón

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