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La canción más bonita del mundo

El tren de cercanías va a tope, como parece ser es habitual según los comentarios de la gente que me acompaña en el minúsculo cubículo. El calor nos convierte sin escrúpulos en indefensos monigotes, incómodos prisioneros de las circunstancias pero intento concentrarme en la pantalla de mi Tablet. Ya no tengo coche y la rutina diaria de  vuelta a casa sospecho que dejará de ser amable. Tampoco me importa aunque sí reconozco que a esas horas de la tarde el parloteo de la gente, los olores húmedos, los alientos opacos no son buena compañía. Calma. Todo va bien. El pitido repetitivo anuncia el cierre de puertas y nuevas voces y movimientos se confunden con el taciturno ambiente. Mi maletín ocupa el único asiento que debe continuar libre en el tren pero parece ser que unos ojos abiertos ya han decidido, y con razón, ocupar ese espacio. Perdona, me dice una voz dulce  al tiempo que levanto mi vista del email que intento escribir. La he notado mucho antes de que se dirigiera a mí. Es mucho más que un cuerpo de coco la que me pide que le permita el paso. Tengo que levantarme para cederle el asiento de al lado y a punto estoy de tirar mis trastos al suelo. Sin poderlo evitar, de repente, soy un adolescente. Calma. Ya estoy sentado de nuevo, recompuesto, fijada la mirada en mi trabajo y la mente en su presencia.

 

Ya no oigo al resto de la humanidad. El sonido que sale de sus auriculares me envuelve jugando a despistar mi concentración. Ella saca el pañuelo de alrededor de su cuello dejando su huella impregnada en el pulso de mis respiraciones. Lo acomoda encima de su bolso, arremanga su camisa negra delicadamente descubriendo el baile de sus muñecas y sus cuidadas y suaves uñas color granate, suspira y se pierde girando su cabeza hacia la ventana.

Ella mira las nubes y yo miro su canalillo de reojo, entusiasmado. Me siento vivo ¡de nuevo! Todo va bien. Presiento que escucha la canción más bonita del mundo, triste melodía de piano que comparte con mi cercanía, virgen mi oído, acostumbrado al duro y metálico sonido del caos que a veces inunda mi existencia y otras la incendia.

El tren avanza al compás del cielo. Ese cielo, escenario roto y fragmentado por los gruesos cables del tendido eléctrico junto con el tono vacío y frío que deja la ausencia de sol tras las nubes aún ligeras pero grises, es nuestro equipaje junto al peso pesado de nuestros pensamientos. Y sé que piensa en mí. Ha mirado disimuladamente mis manos morenas y mis largos dedos. Lo sé porque yo he mirado disimuladamente el reflejo dorado y elegante del colorete en su hermosa tez y nos hemos cruzado sin vernos, inventándonos, acompañándonos intencionadamente durante todo el trayecto. Descubro feliz que bajamos en la misma estación aunque nos perdemos el rastro buscándonos, entre la marabunta que nos oprime, regresando a casa despistado. Me duelen las agujas del corazón que se mueven inseguras entre el más diez y el menos diez  del péndulo salvaje que las habita.

 

Y no he vuelto a verla.

 

La nueva casa de Marta está casualmente a unos 10 minutos caminando de la estación de tren, tan familiar ya para mí en estos últimos meses. Cargo una de las últimas cajas que contiene libros, cd,s y otros cachivaches sin importancia que Marta dejó abandonados en nuestro piso. No he querido discutir, ya no me importa quién hirió a quién, simplemente olvidé que hubo herida .Sólo quiero pasar página y empezar a vivir. Supongo.

Marta me ha despedido con una bomba por portazo, alimentada por su rabia. Yo no siento nada. Estoy en paz. Abandono el largo pasillo libre de cargas mientras mis piernas cogen impulso ya ligeras pero de repente la escucho y paro en seco. La música clásica aparece como la magia, sorprendiendo, maravillándome otra vez. Estoy seguro que viene de aquella puerta, a la derecha, aquélla, la que siento envuelta por el aroma de coco y caramelo. Y una fuerza desconocida pero real me guía, como sonámbulo e idiota.

 

Y abre la puerta y la vida me la regala, a ella. Observo embobado, de nuevo, la canción más bonita del mundo. Ahora mismo estoy a un más diez en el balanceo continuo de mi existencia.

 

La vibración es tremenda.

 

Toda la vida esperándote.

 

Amor, las casualidades no existen.