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LA VERRUGA

Hola, me han dicho que hay un producto para quemar verrugas, que ésta que tengo aquí-y girando levemente el cuello la señalo-cada vez se me hace más grande

El farmacéutico de ojos de sapo sonríe mientras dirige esa mirada fuera de órbita a la intrusa viviente de mi cuello, entre paternalista y cachondo, y sin mediar palabra da media vuelta y entra en un cuarto que imagino oscuro y tedioso, aunque lo distingo claramente blanco y lleno de luz artificial entre las cortinas.

Esto es lo mejor-me dice mientras apoya una cajita en el mostrador- y se me queda mirando, silencioso y esperando paciente a que yo abra mi boquita para pronunciarme.

Tiene los ojos tan azules que me duele mirarle y cogiendo la caja, sin apartar mi mirada de ella, pregunto cortante

¿Qué vale?

Me roza con sus manos grandes y delgadas, sus venas verdosas escondidas tras su piel, pero evidentes, y coge la cajita acercándola a una máquina que lee el código de barras que contiene la información de su valor en dinero. Oigo un click, mientras observo a cámara lenta todos los movimientos que efectúa con sus manos y, por fin, vuelvo a verle la cara que sostiene sus ojos azules, saltones y su pelo rubio y algo ondulado.

Él ya me está observando, imagino que desde hace mucho rato y con otros ojos, los que son más profundos, los que analizan tanto mis movimientos visibles como los invisibles.

Tres con ochenta y cinco-me contesta- y el silencio tras sus palabras retumba molesto en mis oídos y mis ojos se vacían al intentar no mirarle mientras le veo.

 

¿Y es eficaz?

 

Sí, es el más vendido.

Vuelvo a coger la cajita y simulo leer, aunque incapaz de concentrarme, lo que del producto me explican, la información que con tinta negra han grabado en ella, mientras me siento observada por el ser que habita en el farmacéutico y al que intuyo cansado.

El más vendido, me digo para mis adentros, el chico tiene el don de la palabra, pienso.

Pónmelo, le contesto ya nerviosa e impaciente sin entender todavía por qué y acto seguido me recrimino a mí misma, cabreadísima, mi “pónmelo”.

Tras pagar, trámite que se me hace insoportable, abandono la espaciosa estancia y siento que al girarme hacia la puerta de salida el simpático farmacéutico me mira el culo intencionadamente y gustoso. Yo veo el reflejo de mi cara en las puertas corredizas que disipan mi imagen a medida que me acerco a ellas y se separan sigilosas para dejarme escapar. Voy perdiendo de vista mi nariz, el punto reflejado en los cristales, en el que fijo mi mirada, que se muestra con una especie de bulto, similar a una chepa, como convidado de piedra desde el torpe accidente de hace un mes.

Bruja.

Has dejado que las “lorzas” invadan tu cintura, hace nada de abeja. Tu cabello ya no luce brillante y aún no sabes por qué. Ya no te miran los mismos hombres que hace un tiempo, ahora te miran al pasar los que tienen hambre de verdad, feos, viciosos, frikies, olvidados, depresivos, ingenuos, no follables, no follados, incomprendidos, solteros, protegidos, inseguros, viejos, salidos, delincuentes de bajo rango….Y aún no sabes por qué. Tú comes igual, tú bebes igual, tú andas igual, tú follas igual. Mantienes tus costumbres, tu dieta, tu gimnasio, tus lecturas, tus charlas, tus cafés y tus copas de vino, tus amigos, tus amigas, tu vida social, tu vida nocturna, tu diferencia respecto a las demás, ¿o no? ¿Antes los hombres con los que compartías cama no tenían hambre de verdad? ¡Ja! ¿Se acostaban contigo movidos por el deseo que tu cuerpo diez les provocaba? Ja,ja ¿O era esa sonrisa entre inocente y perversa lo que les volvía locos? Ja,ja,ja ¿Qué conversación tenías que con sólo oír tu vocecita ya se dejaba notar el empalme en sus sexos?

No eres diferente ahora.

Pisas el acelerador porque quieres vivir y sentir como antes pero sin mirar atrás. Necesitas conocerte y en la huida te descubres, por fin, como mujer. Quieres ver si eres capaz de tentar los deseos ajenos con la realidad aplastante que te envuelve, con los años a los que ya no engañas. Pero te sientes fuerte porque tienes el carácter suficiente para verte y hacerte auténtica.

Bruja.

Reniegas. Te gustas.

Bruja.

Reniegas. Te gustas más que antes.

Bruja. No eres diferente ahora, pero te quieres más.

Pisas el acelerador porque adoras el riesgo, porque en él sacas tus tripas a la vez que te meriendas la vida gustosamente.

Mis tentáculos bailan como acariciando la música explosiva que me hace moverme y sudar sin permiso. Me he puesto guapa esta noche, me siento guapa. Reconozco que ese bulto en la nariz, minúsculo aunque impertinente me da un aire distinto y lo voy a potenciar, sí, mi nuevo aire, no mi bulto. La camiseta empieza a estar mojada al igual que mi pelo, al que mimé hace unas horas con una mascarilla extra fuerte y extra cara con olor a coco. Me acerco a mi amiga y le hablo a gritos al oído. Ella me sonríe y asiente aunque no me ha escuchado, ni lo ha pretendido. Salgo afuera para tomar el aire mientras intento coquetear con el portero con mi nariz cautivadora y su nueva misión de mujer misteriosa. Pero éste ni me mira a la cara, pasando olímpicamente de misterios por resolver. Me apoyo en la pared que agradezco fría al contacto con mi espalda descubierta y enciendo un cigarrillo. Es alargado, de color marrón intenso y perfectamente fabricado, estéticamente goloso a la vista del fumador y del que mira al fumador, pero saludablemente hablando insalubre y dañino. Al aspirarlo su sabor a cereza me inunda el paladar. Me da un aire retro y sofisticado, como a mí me gusta sentirme cuando salgo a ligar. A lo lejos, acercándose a la puerta, observo con mis ojos miopes en la noche a un grupo de chicos, a un grupo de hombres, a un grupo de sexos andantes que charlan entre ellos, entre risas sonoras e insonoras, pero en cualquier caso, felices. Distingo, entre todos los cuerpos, la figura delgada, en demasía, que al contacto con la luz de la calle dibuja una sombra alargada como aquélla del ciprés de Delibes y en ella descubro al farmacéutico y reconozco que me animo al instante, reconozco que lo que veo en él me gusta, tan igual pero tan distinto al otro día, que quiero hacerme ver, que ansío que me mire y que deseo que me desee.

Cuando me doy la vuelta en la cama para verle dormir, me digo divertida que el farmacéutico no será nunca para mí una mancha negra en mi expediente. Lo serán los que me hicieron llorar, los que sólo me valoraron por mi cuerpo, los que no me respetaron, los que me emborracharon para meterme mano en un rincón. Lo seré yo cuando recuerde a los que dejé que me manipularan, a los que dejé que me convencieran que la belleza es sólo lo que se ve, a los que permití menospreciar mi valía intelectual, a los que me hicieron creer que me querían cuando sabía que sólo se querían a ellos mismos. Este hombre de ojos de sapo, me ha hecho disfrutar como una cabrona y ha mordido sin respeto ni vergüenza esos kilos de más que se hacen los locos en mi cintura y silban distraídos cuando los toqueteo sin parar. Ellos, mis kilitos, nada, ésos que ni caso me hacen, como el que oye llover cuando les suplico que se vayan con la música a otra parte, ésos, se han dejado querer.

Es casi seguro que no es el hombre de mi vida, porque ya no busco imposibles para satisfacerme, no me gusta limitarme y es casi seguro también que no volveremos a repetir, gatos somos ambos, raros ya, ariscos y descastados, pero reconozco que le siento.

Me levanto cuidadosa hablando conmigo misma, con mi yo cotilla y zalamero, confesándome abiertamente lo mucho que me ha gustado el polvo que he echado con este hombre desgarbado, pero cachondo hasta en sus silencios. Quiero refrescarme y lavarme la cara y la boca. Me miro en el espejo, sé que me veo tal como soy. Fíjate-me hablo- la verruga también está desapareciendo. Y entonces admiro de reojo mi otro descubrimiento, el que se refleja solitario y oscuro en el espejo ovalado, y me digo como anonadada ¡Hay que ver cómo follan los feos!

 

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