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EL MAPA DE MIS AMANTES

 

Dibujo el mapa de mis amantes, el mapa político y el geográfico. La esencia no la encuentro en sus nombres, ni en sus reinos administrativos ni económicos. Me detengo en sus caminos abruptos, asfaltados o no. En sus colinas, el cauce de sus ríos, sus llanuras, si sus pájaros vuelan a ras de suelo, a nivel del mar o planean el pico más alto. Ahí localizo su verdadero yo, lo que imprimen a la tierra, si es seca, de regadío, con rica flora y fauna, con desiertos sin oasis. Todos mis amantes son muchos y ninguno es nada. Recorro con mi lápiz sus siluetas intentado recordar el color de sus cielos, el olor de sus vientos, el sabor de sus frutos, el roce arisco o suave de sus curvas cerradas o de las piedras en el camino. Pero hay uno que me llama la atención sobre todos los demás. Cuando lo conocí parecía volcán en erupción, con energía, con fuego arrollador, lava hiriente e impactante desprendía todo su ser. Él dibujó un mapa distinto en mi cabeza, me hizo creer su fuerza, me convenció con su energía, erosionó la piel de mis sentimientos, al tiempo que se descubría sin quererlo también erosionado, como tierra estéril, gris y de gusto amargo.

Mi amante volcán, el superman de la experiencia era toda fragilidad, que envuelto en la burbuja de su ego permanecía en apariencia inalterable y nada expuesto al desasosiego de la vida que convive con las nubes inmensas del amor y la pasión. Sin embargo, su traje impoluto de superman, el que poco antes se le quedó pequeño por el efecto hinchado de su yo, le fue quedando grande, delgado y vacío le dejó el conocerse a sí mismo, el querer volver a empezar sin saber lo que terminar. Volaba alto, sin oxígeno se quedaba en el vuelo por su exceso de altura, de querer llegar a más, y la fricción del vaivén, del gran impulso le desgastó la capa. Sus vuelos se redujeron a escalas cortas y llenos de trabas en un espacio aéreo que comenzó a ser cada vez más ínfimo. Creó su propio microclima, y casi asfixiado estaba cuando le cayó la tormenta. Ya desnudo, ya sin capa. La piel de su traje hecho jirones acabó por perecer. No fue el influjo de la luna, ni ninguna nueva constelación bajo el sol, sólo fue una simple tormenta que cayó sobre su ser, devastadora por estar indefenso en esa bomba que sólo él había creado y alimentado. Magnificada e innecesaria esa tormenta lo dejó herido, medio muerto, tirita su cuerpo ante el frío que desprende quien, en forma de aislado iceberg, congela con su aliento invisible el estremecimiento más profundo y con juicio perdido maltrata sólo por puro placer. Detrás de la burbuja transparente e impermeable, intentando traspasar la barrera indeseable, estaba yo que con mi grito quería despertarlo e infundirle la calma del manantial de mis inocentes sueños anhelados.

El amante volcán, mi superman ha despertado por fin como montaña devastada. Su cumbre más alta, la que dominaba corazones hambrientos desde la cúspide se presenta como siempre fue, pequeña colina, sabia, útil pero que fue engrandecida y alterada por el efecto de la contaminación. Ahora se verá minúsculo en el mundo pero ganará, por eso mismo, espacio para volar con libertad, con el traje y la capa nueva que le ayudaremos a tejer.

Una carretera mal asfaltada con una lluvia intensa y virulenta se inunda. Cuando sale el sol, seca sus heridas.

Mientras, voy a prestarle mis alas, las de la imaginación, para que vuelva a soñar y aprenda a no depender ni de su risa. Y cuando vuelva a tropezar o caiga en el charco de la indiferencia, manchadas sus manos de barro, le tenderé las mías para levantarlo.

Y sigo repasando el mapa de mis amantes. Con una sola mirada me detendré en algún río, todos son limpios, algunos fríos, otros peligrosos, pero no engañan, ni me engañan. Con algún roce subiré caminando por senderos puede que oscuros y tal vez tortuosos a la cima del placer y el dolor. La lluvia me acompañará en forma de lágrimas y el sol saldrá si algún amante, quizás lejano, calienta mi alcoba cobijándome cuando llegue la noche convertida en miedo e inseguridad. Y siempre los buscaré a todos, los amantes vividos y los que quedan por llegar, entre la hojarasca que viste sus relieves, y los recordaré como los animales salvajes y sin domar que son. Como yo les quiero.

N. TERRÓN

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